Leticia caminaba por el bosque aquella mañana de marzo en la que encontró a un pájaro herido.

La niña lo sostuvo entre sus manos y decidió llevarlo a casa. Una vez allí, la pequeña lo llenó de cuidados para que el ave se curase.

El tiempo pasó, primero en horas, luego en días, años... La joven no se veía sin el pájaro, no se imaginaba un día en el que no escuchara su canto, en el que no se fijase en sus plumas.

Sin embargo, el ave dejó de cantar, olvidó el motivo que en primera instancia lo hacía volar. Leticia, asustada, decidió que quizá, con todo el dolor de su alma, había llegado el momento de liberarlo.
Abrió la jaula, se sentó a esperar con los ojos bien abiertos, pero el pajarito no salía.

¿Por qué abandonar la comodidad de aquella jaula? A pesar de que aquel animal ansiaba la libertad, cuando por fin la tuvo ante sus ojos, no sabía qué se suponía que debeía hacer con esta.

Leticia no comprendía. Su pequeño amiguito se veía tan triste, tan asustado, tan roto. ¿Era ella la causante de aquello? ¿Ella y su egoismo al no ser capaz de liberar hace tiempo atras aquello que tanto quería?

Frustrada, tomó entre sus manos al ave. Caminó hasta su ventana. Todo su cuerpo temblaba o quizá eran los latidos del animal asustado que retumbaban desde la punta de sus dedos hasta su cabeza.

--Voy a liberarte -- le advirtió con voz nerviosa. Se estaba llenando de determinación ella misma para poder dar el paso --en serio voy a hacerlo. ¿Es lo que siempre has querido no? ¿Seguir tu camino?

El ave no respondió.

Leticia se animó, tomó impulso y liberó al pájaro. Este, comenzó a descender con dirección al suelo. Su final era inminente. Iba a impactar contra la superficie.

Cuando el ave solo estaba a tan solo centímetros de su muerte, abrió las alas y voló. Allí, comenzó una nueva historia. Allí, recordó lo que se sentía ser un verdadero pájaro. Un pájaro libre.