El Puente que me lleve hasta ti / Relato


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Marta está apoyada en un escritorio color café. El lugar está vacío y todos los empleados se fueron; pero ella sigue ahí. Cada 11 de febrero experimenta la misma sensación. Se ahoga. A pesar de que ha ido con varios psicólogos, la falta de oxígeno no desaparece y justo en ese momento se muestra confirmando sus pensamientos.

Hace cuatro años, en la fecha mencionada, la joven mujer caminaba por la casa que compartía con su abuela. Ella ya no recuerda qué buscaba, cuando vio que María caía lentamente al suelo. Todo sucedió muy rápido, pero a la vez tan lento. El mundo se detuvo, solo estaba Martha con manos temblorosas pensando en llamar a una ambulancia.

En ese instante, la muchacha comprendió que algo se quebraba en su ser. Su relación con su abuela no era buena, aunque mejor podríamos decir que era precaria. Todo se basaba en una cuestión de necesidad; no tenía otro lugar al que ir. Sin embargo, cuando vio el cuerpo de aquella persona desvanecerse, el odio que creía que sentía se disipó.

Fue solo un instante, pero lo supo. La quería… A pesar de todo. Se olvidó de su carácter chapado a la antigua, se borraron sus quejas, regaños y gritos; quien estaba en el suelo era su abuela.  Por desgracia, los nervios y el impacto de aquel acontecimiento fueron más fuertes y el tiempo que pasó intentando llamar a alguien bastó para que María muriera.

Por eso, un malestar de culpa la persigue. ¿Qué tal si hubiese sabido un poco más de primeros auxilios? ¿Qué hubiese pasado si no se hubiese equivocado como tres veces marcando el número de la ambulancia? ¿Por qué en vez de llorar y gritar no hizo otra cosa? Lo único que pudo conservar de María fue una fotografía arrugada y descolorida del Golden Gate.

Cuando tenía 14 años mi papá me trajo de regalo esta fotografía del Golden Gate.
Seguro te mintió abuela, con lo difícil que es salir del país, dudo que tu padre haya podido ir hasta alláreplicó Marta quien escuchaba aquella historia por décima vez.
María apretó la foto contra su pecho y sonrió. Siempre que recordaba su pasado por una u otra cosa acababa soltando un mar de lágrimas.
Pues yo prefiero creersoltó extendiendo la mano para entregárselaalgún día cuando no esté, te acordarás de mí y cuando eso suceda apretarás esta foto contra tu pecho.
Marta se carcajeó pensando las locuras que decía su abuela. ¿Ella apretando una fotografía contra su pecho? Era imposible…

Pero este día, como cada 11 de febrero, la joven saca de su cartera aquella vieja fotografía. Solo cuando la observa siente que la sensación de ahogo se calma. Ese, es el puente que las une; lejano, largo, a una gran distancia por encima del suelo. Quizá, ahora están unidas. Quién lo diría, la extraña, la ama.
Por desgracia, se dio cuenta cuando fue tarde.

Por favor no te vayas abuela, ¡Abuela! Mírame, no me dejes… No me dejes gritaba mientras aferraba sus manos a los hombros de la mujer que yacía tendida en el suelo.
Por las lágrimas, Marta no podía ver bien el rostro de María, pero creyó que sonrió… Marta quiere creer que sonrió, que ella la escuchó.

Y ahora, mientras recuerda aquel hecho tan doloroso, aprieta la fotografía que tomó su abuelo, del Golden Gate contra su pecho.

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