El río / Relato

| 15 sept 2020 | |

 

Sinceramente este relato no tiene nombre (aún). Lo acabo de escribir, pero la idea la tenía desde hace dos años (creo que fueron dos años) cuando estuve en un río similar. Estaba con una prima pequeña, así que las descripciones son un reflejo de lo que sentí en ese momento. Literal mi tía tiene una casa que queda como muy lejos de todo. Siempre pensé que si uno se caía o algo, iba a estar rudo que nos encontrasen. En fin, no daré más detalles y dejo el relato en cuestión. No sé cómo quedo. Pero bueno, hice lo mejor que pude.


Seguí sus pasos a pesar de los jadeos y los latidos acelerados de mi corazón. Mi pequeña hermana no se detenía, parecía tener una energía desbordante que movía su cuerpo con agilidad. Sus botas resonaban al chocar con las piedras del camino. Los árboles, le daban a aquel ambiente un aire de privacidad y misterio. Estábamos solas en la nada.

En aquella localidad de Francia lo que más destacaban eran las montañas. Los caminos inclinados y el eco del viento. Mientras la seguía, me pregunté qué sería de nosotras en caso de una caída o cualquier otro imprevisto. Llevábamos más de media hora en aquello y estábamos lo suficientemente lejos de la casa de nuestros tíos.

Me obligué a continuar, Estela quería ver el rio. Habíamos escuchado de este el día anterior y ella se moría por verlo. Claro, no nos advirtieron de lo agotador que era el traslado a pie. De todos modos, el camino era tan angosto que por ahí no podía movilizarse ningún carro, a menos que se tratase de una moto.

Y cuando estaba por perder la fe, lo vimos. Bueno, antes lo escuchamos. El rugido del agua, su llamado incesante. Eso me animó a mover con más fuerza mis pies. De pronto Estela no era la única entusiasmada. Estaba alegre. Cuando lo vi y estuve lo suficientemente cerca, me permití hundir mis botas.

Mis labios se torcieron, el agua se sentía helada. No me quería imaginar el contacto directo, sin embargo, Estela se quitó el calzado y las medias para hundir sus extremidades. Su rostro palideció, pero ella me dedicó una sonrisa radiante.

—Ven, hazlo, anímate. —me pidió mientras se ponía de cuclillas para mojarse por completo.

Me negué. No era del tipo de personas que se lanzaban a la aventura. Era más bien reservada, tímida y vivía sumida en los libros. Prefería vivir las historias de otros, en vez de vivir una historia propia, prefería vivir sin vivir.

—Vamos, hazlo —gritó tomando agua entre sus manos y lanzándola hacía mí. Algunas gotas chocaron contra mi ropa y temblé. No tenía sentido que una niña de diez años me retara de aquel modo, así que me quité las botas y las medias y hundí mis pies en aquel rio helado. Apreté los labios y ahogué un quejido. El líquido estaba tan frio que era como si quemara o me helara, no sabría explicarlo.

Luego de aquello, Estela comenzó a caminar descalza sobre las piedras. La observé mientras contenía el aliento y miles de preguntas se desplazaban por mi mente. «¿Y si se cae? ¿Si se resbala? ¿Qué vas a hacer? ¿A quién vas a llamar? ¿Y si se desangra ante tus ojos? ¿Si la corriente la arrastra?»

—Deberías regresar —dije en voz baja viendo cómo se alejaba.

—Sígueme —me indicó ella sin girar su rostro hacía mí. Miré hacía todos lados buscando a alguien, pero solo estábamos las dos. No podía quedarme paralizada viendo cómo se exponía así que la seguí. Mis pasos eran inseguros, me aferraba a las piedras y mis dedos se ensuciaban de tierra.

Ella en cambio parecía un alma libre, no tenía miedo. Y de pronto, cuando me quedé arrodillada sin saber cómo seguir, la vi caerse. Sucedió en cámara lenta, su cuerpo se fue hacía atrás y su cabeza impactó con una piedra. El rio se tiñó de rojo y el sonido del agua fue opacado por mis gritos.

No había nada más que mis gritos. Me hundí en el agua por completo, todo dejó de importar, cuando me dispuse a tomar su cuerpo no había nada. Estela había desaparecido ante mis narices. Algo se la había llevado, el rio la había arrastrado corriente abajo, no lo supe.

Regresé a la orilla temblando por el frio y cuando entre gateos llegué hasta mis botas, me percaté de que solo había un par. No había ni un rastro de las botas de Estela. Y ahí, con la velocidad de un rayo, recordé lo que había sucedido con ella. Rememoré esa tarde de marzo en la que un coche negro puso fin a su vida. Ese día el que perdí una hermana y también mi cordura.

Por desgracia yo lo vi. También recordé qué hacía en Francia. Mis padres creyeron que llevar una vida de campo me haría feliz, por eso me enviaron con mis tíos esperando que encontrara algo de paz. Pero ¿Qué paz? Estela estaba conmigo, la escuchaba reír, la observaba saltar y fue entonces, cuando las lágrimas nublaron mi visión que pude divisar sus botas.

Ella las tenía puestas y se alejaba de mí.

—No te vayas— grite. —Fue mi culpa.

—Deberías regresar —respondió con voz cantarina —A este paso te helarás.

—Sígueme —le pedí —por favor ven conmigo, no me dejes.

—Hazlo, anímate —fue su respuesta —todavía tienes la oportunidad de vivir.


En cuanto al significado, quiero pensar que puede tener muchos y depende de quién lo lea. Aunque para mí representa a una persona que se quedó atada al pasado y tiene miedo de vivir. A alguien que no ha superado una pérdida. También creo que significa dejar el miedo de lado, aventurarse a caminar sobre las piedras así sea peligroso. No lo sé, un poco de todo.

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