El inicio del fin / Relato
—Tenemos que irnos. ¡Ahora! —gritó el hombre con la
desesperación plasmada en su rostro.
La mujer que estaba acostada en el suelo de aquel amplio
bosque, se levantó con rapidez sintiendo que el pánico la invadía. Siempre
llegaban a ellos, nunca podían tener paz. Michael y Alessandra llevaban un año
entero huyendo de los zombis.
Sus movimientos fueron automáticos, tomaron sus morrales y
comenzaron a correr. Él iba adelante y ella lo seguía en medio de jadeos. Michael
era rápido, Alessandra contempló su espalda y el movimiento de su cabello con
el viento. Reconoció que quizá ella era una carga, si seguía viva, todo era
gracias a él.
Mientras el remolino de pensamientos hacía eco en su mente,
giró su cabeza en dirección al sonido. Tres muertos vivientes iban detrás. Sus
brazos colgaban a los lados, pero mantenían una forma de arco. Sus ojos estaban
rojos y sus bocas abiertas denotaban ansiedad.
No pudo mirar más, porque tropezó con la rama de un arbusto
y su cuerpo fue a dar al suelo. A pesar de que puso sus manos para amortiguar
la caída, la fuerza del impacto hizo que su cabeza rebotara. Todo comenzó a
girar, escuchó pasos, gritos, golpes; sonidos que eran recurrentes en el 2022.
—Levántate —le dijo su compañero tomando su mano. Alessandra
cerró los ojos y trato de que sus pensamientos se aclararan, sin embargo, no
pudo reaccionar. Sus ojos ardieron y se llenaron de lágrimas que quemaban su
retina, mientras que su corazón comenzó a palpitar de forma dolorosa.
—No puedo —balbuceó, fue entonces cuando el hombre la soltó
y comenzó a forcejear con uno de los zombis.
—Levántate Ale —le gritó Michael de nuevo y quizá por el
tono de su voz o por la vehemencia de sus palabras, la mujer se levantó. Tomó
una piedra y la lanzó con fuerza hacía uno de los zombis que perseguían a
Michael. Una de aquellas criaturas yacía muerta en el piso —realmente muerta—.
Para acabar con estas había que cortarles o destruirles por completo la cabeza,
era el único modo de que dejaran de moverse.
Sin embargo, quedaban dos al asecho, y tras el golpe de la
piedra uno de los zombis se giró hacía ella. No había nada en aquellos ojos que
la contemplaban sin contemplarla realmente. Solo había ansías de sangre.
Michael sacó una daga y se abalanzó al que estaba más próximo
a él. Lo siguiente que Alessandra escuchó fue un “corre” y se dispuso a hacerlo
sin seguir una dirección en específico. Se concentró en el movimiento de sus pies,
en regular su respiración y detallar el camino. Tenía que sobrevivir, debía
hacerlo por Michael.
Apretando sus manos en puños y frenando aquellas lágrimas,
la mujer corrió y corrió. Minutos después, solo escuchó el sonido de sus pasos.
No había nada más. No había gritos, no se escuchaban golpes, solo había
silencio.
—¿Michael? —llamó al hombre frenando de golpe. —¿Michael?
—repitió buscándolo de un lado a otro. Nada. Regresó al punto del que había
escapado y al llegar se percató de que había cuatro cuerpos en el suelo. Los
tres zombis estaban tiesos, mientras que su amado, se aferraba a una herida que
tenía en el brazo, una que parecía ser un río rojo que bañaba la tierra.
—Vete, déjame aquí, huye —le gritó a la mujer con la
tristeza empañando sus facciones. —Vete —repitió con el rostro tan pálido como
un papel y unos ojos que comenzaron a enrojecer ya dilatados.
—Michael —exclamó ella echándose a su lado —Michael, Michael
—repitió histérica cubriendo la herida con sus manos. Ambos lloraban,
contemplaban en el rostro del otro el inicio del fin. Hasta ahí los había
llevado el camino, o al menos a él.
—Mátame —le pidió el hombre —acaba con esto antes de que me convierta
en un monstruo.
Ella negó y juntó sus frentes.
—No sería capaz de hacerlo —murmuró aceptando el final. Tomó
aire y se quedó quieta viendo comenzaba a desaparecer la razón del hombre que
tanto amaba. —Te amo —añadió cuando Michael comenzó a convulsionar.
—Por favor —rugió el hombre retorciéndose en el suelo —Por
favor.
Alessandra negó y apretó sus hombros. Quería sostenerlo
mientras partía, servirle de compañía en medio de aquella pesadilla. ¿Qué
sentido tenía correr y huir de algo que no iba a poder evitar si no iba a poder
estar con él? ¿Qué sentido tenía la vida si no iba a poder verlo?
La mujer comenzó a tararear la canción preferida del hombre,
lo apretó con todas las fuerzas que pudo y se obligó a sonreír. Mantuvo su
sonrisa incluso cuando él procedió a atacarla y a hundir sus dientes en su
carne. Ella no dejó de tararear, lo hizo hasta su último aliento.
Hasta el final de ambos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario